miércoles, 27 de abril de 2011

Lluvia de lobos VI

Los días se hacían más cortos, las noches eran eternas, y con ello, mi estrés en la ciudad aumentaba con creces. Durante las horas de sol soportaba bastante bien el vivir en ése nido apestoso y mugriento, con esas plagas de cucarachas de uniforme y corbata caminando por calles grises de igual aspecto; añadiendo, claro, que debía permanecer en la que ya no odiaba tanto, la forma humana. Ya no era molestia ser un chico moreno, de ojos marrones, colmillos afilados, atlético y según Luna, guapo. Luna... Era ella a quién podía culpar sobre mi indiferencia al adoptar la forma humana, e incluso, puedo decir que comenzaba a sentirme a gusto metido en esa escafandra.

Aún así, mi instinto lupino no podía contenerse por mucho al caer el manto nocturno. Dudaba la mayoría de veces en si salir a tomar el aire ni tan si quiera para pasear por una hora o poco más, y si dudaba, era con motivos de peso: las noches son de los lobos, mis deseos naturales me dominaban y además, casi ni podía esconder mis ojos de animal, destellaba mi fulgor dorado a la mínima que me despistaba.

Recuerdo que una de esas noches, tumbado en el sofá carcomido por los malos cuidados y el abandono de un piso mediocre que nadie iba a reclamar, tu rostro invadió mi mente sin previo aviso y por vez primera, fui presa, presa de esa magia extraña que una noche al azar escogió revolverme las entrañas y sin poder cerrar los ojos sin aparecerme tu sonrisa ni tus zafiros ovalados, algo dentro de mí dio un vuelco brusco. ¿Qué era eso? Fue una noche de insomnio, una de tantas después, que pronto llegaron.

La última vez que te vi, si reconozco que una emoción me recorrió de orejas a patas, al ver que no te asustabas y aceptabas mi verdadera naturaleza animal. Mas, no era esto ni mucho menos; a "esto" quiero referirme a algo parecido a tener mil grillos saltando en el estómago, esos mil grillos gritando todos a una: "¡Luna!, ¡Luna!, ¡Luna!" y para colmo, trepaban por mi garganta, sin demasiado esfuerzo, y llegaban a mi cerebro, donde el eco de sus voces resonaba todavía con más fuerza.
Otro síntoma extraño que no tardó en aparecer, fue el quedarme sin apetito, ni un bocado más de tres bocados al día, lo mínimo para poder mantenerme en pie. Con ello, mis hábitos de caza desaparecieron, la poca comida que engullía pertenecían a restos de basura, el hecho de alimentarme a base de las sobras de comida para humanos no hizo ni ladrar a mi orgullo de lobo, pareció irse.

Un viernes gris y especialmente frío, decidí ir a buscar a Luna, pensé en consultar con ella que diablos me estaba sucediendo; ella, siendo humana, podría darme una respuesta, casi seguro que sí. No sé por qué razón, de repente me dí cuenta que depositaba una entera confianza en ella, hasta ahora, desconocida.
Como ya era costumbre, me escabullí en un vagón de tren, no muy apelotonado para mi suerte, y me apoyé en la pared, con la mirada en el suelo y perdida en su gris oscuro. Intenté concentrar mis pensamientos en la neutralidad de ése suelo; durante unos diez minutos lo conseguí, hasta que, juré escuchar dos voces juveniles decir: "Luna, Luna, Luna", como los grillos de mi estómago. De inmediato, fijé la vista en ellos y tras unos segundos de incredulidad, pude oír perfectamente que charlaban sobre como pasarían el fin de semana con sus novias. Como si de un fantasma se tratase, tus ojos, cabello y labios, aparecieron al instante de nuevo.

Si eso se trataba de una broma estúpida, gracia, ninguna. ¿Dónde estás, lobo Tundra?

martes, 25 de enero de 2011

Lluvia de lobos V

Sonreíste. Giré la cabeza y te miré con curiosidad, ¿No te asustabas? Yo estaba convencido hasta la médula que al verme en mi estado natural, correrías despavorida, aún haciéndome saber, para mi sorpresa, que ya estabas percatada de la verdad, que desde un principio, pudiste ver y comprenderme como lobo, que es como he nacido y como vivo y no ver mi falso reflejo de humano; esa imagen mía, no es más que un espejismo en el que me oculto para poder vivir.
Con absoluta calma diste unos pasos decisivos hasta mí, te agachaste un poco, y tus ojos azules chocaron de frente con los míos, ése azul y esa espasmosa tranquilidad, me transportaban a una hipnosis de relajación y serenidad, parecía estar en el mismo cielo.

"Te has molestado, yo ya te había visto así." Dijiste acariciándome la cabeza, pasando tu mano de aroma de rosas por mi cuello, cabeza y orejas. Mudo. Mudo me quedé. Tú eras humana y el hecho que esa fuese tu naturaleza, me hacía creer con certeza que tu capacidad de conocimiento del mundo y sus secretos, estaba limitada a el simple día a día cotidiano, en el que nada más saben de lo que sus sentidos, casi inútiles, perciben.
Sin embargo, yo, un lobo, ventaja con creces tenía sobre ti y la tierra que pisabas.

Caminamos un poco, los alrededores del bosque a tu lado, eran inmensamente pequeños: el río, los árboles, las piedras, los pequeños animales que habitaban en él, no conseguía apartar mi vista de ti, no hacía más que preguntarme, hasta cuándo duraría tu curiosidad por conocer, saber, querer hallar mis orígenes, cualquiera lo habría hecho, o tú eras la excepción, quién sabe.
Después de un silencio sepulcral, te sentaste al pie de un árbol, un pino, yo te seguí y simplemente me senté a tu lado. Segundos no muy tardíos, alzaste la voz:
"¿Cuál es tu nombre?" Tus palabras eran acompañadas por tu habitual sonrisa angelical. Yo sólo te respondí con una sequedad propia de mi carácter: "Tundra".

"Tu nombre te viste a la perfección, siempre tan frío y cortante". Añadiste. Y el cielo lloraba de nuevo.

miércoles, 5 de enero de 2011

Lluvia de lobos IV

"Te envidio, no sabes cuánto, deseo tanto tener lo que tu tienes..." Atento a ti estaba siempre que aquellas repetitivas palabras sonaban en mis oídos. Era algo que desde que empezamos a vernos y a conocernos más, comentabas en muchas ocasiones, pero, ¿Qué era aquello que admirabas en mí, aquello que con ansias pretendías obtener? No podía verlo, ni si quiera en tus ojos tristes ni en tu sonrisa fingida; no podía o no quería. En momentos de incertidumbre así, no me atrevía a pensar en lo que podía ser lo obvio.

Me limité a escucharte en silencio, a ti y a tu particular monólogo, con tus gestos jugabas en el aire y tus ojos adquirieron un azul intenso y a la vez, desarrollaron una belleza siniestra cuándo pronunciaste estas palabras: "Me gustaría ser cómo tú, porqué tú...Tú eres un lobo, ¿Verdad?"
Me rompí, me rompí ante tu mirada inocente y tu sonrisa de oreja a oreja. Aún no me había mostrado como lobo y tu ya lo sabías, increíble, estaba perplejo y no supe que decir. Por precaución jamás se me ocurría ser lobo entre humanos, por razones lógicas. Un lobo en la ciudad solo trae problemas.
Solamente me asaltaba una duda importante, como debía mostrarme ante ti, ¿Cómo lobo, o como humano? Mi mirada con la tuya me hizo ver, que lo que de verdad anhelabas era ser loba, de algún modo ser libre, no saber del tiempo, no saber del mundo. Querías mi particular don.

Tardé tres meses en volver a verte. El frío invierno saludaba por las mañanas y se despedía por las noches y yo estuve escondido en mi asquerosa guarida humana como un conejo en su madriguera. Me dí verdadero asco, empezaba a pensar como un humano, cobarde y entumecido por paparruchas sentimentales, y todavía me sacaba más de mis casillas, mi detestable orgullo de lobo que en inumerables ocasiones me anulaba los sentidos y no era capaz de hacerme ver de otra manera, salvo mi imagen triunfante y honorable, eso en cualquier tipo de situación.

El viernes, volví contigo. Recorrí de nuevo como ya otras veces, el camino en tren, hasta esa tierra paradisíaca para mí y enseguida, volví a ser yo, mi yo más absoluto, el que temía mostrarte para y por tu posible rechazo, ya que era algo que a ojos humanos, sería imposible comprender y aceptar, sin embargo, ahora sabía que había hallado alguien con quién compartir mi ser, y porque no decirlo, aunque suene disparatado: compartir mi vida.

El paisaje lucía precioso con la nieve adornando las escenas del bosque y su atrezzo, cada árbol, arbusto, roca, río, se veía bello con esa matéria blanca tan própia de las tierras de mis familiares más próximos. Al contemplar el paraje, me llené de satisfacción, definitivamente esa era mi casa.

Me resultaría divertido hundirme en la nieve, perseguir algún roedor perdido debajo de esta, patinar sobre el hielo, la sensación tan extraña en mis patas, éste tipo de cosas, también me hacían saber que había llegado la época navideña, vacaciones, tiempo para estar en familia, tiempo de uniones... Y mi família, eras tú. Así que, haciendo esfumar esos pensamientos de mi cabeza, corrí hacía el río, cerca de la verde hierba donde nos reuníamos, ahora atrapada bajo la nieve. Ahí estuve sentado, mostrando mi verdadera apariéncia, desnudo delante tuyo, con mis ojos dorados buscándote, resignado al futuro, sólo murmuré: "Que sea lo que tenga que ser".

lunes, 15 de noviembre de 2010

Lluvia de lobos III

Pum. Me desplomé encima de la hierba mojada y cuyo aroma me transportaba a mi instinto más animal, más lupino: el de correr, saltar, aullar, cazar, hacer esa vida que desde ya un tiempo, echaba en falta. Pero ahora no podia, no contaba con el handicap de que tú aparecerias tan de pronto en mi vida y la cambiarias tan rápido, de la noche a la mañana prácticamente. En mi vida anterior, nunca echaba de menos nada, todo lo que hacía, era debido a dos motivos: para sobrevivir y por puro placer. Tú, ahora, reúnes todas las características para pertenecer a esos dos motivos. Sin ti no puedo vivir, sabes muy bien que necesito verte, que te añoro como los lobos añoran a la luna. Que más de una vez, esa nostálgia, esa tristeza, me ha llevado a permanecer largas noches negras de soledad sentado en nuestro nido, ante mi astro de tu mismo nombre, aullándole a la Luna, aullándote a ti, y ni si quiera el dulce canto de un lobo solitário y mágico como yo, lograba hacerte aparecer.

Con gran pesar todavía mi memória me ofrece amargos recuerdos cómo ése; si el día ya era largo sin tu preséncia, sin tu fragáncia, sin tu belleza ensimismable, sin tus caricias, sin tus labios, los cuáles, me mostraba impaciente por rozar, la noche era eterna; negra prisión, cruel destino el mío. En momentos como ése, apretaba los colmillos con todas mis fuerzas y agachaba la cabeza, aquél calor corporal intenso y que me quemaba como el fuego, surgía de nuevo y el agua salada emergía con fuerza de mis ojos dorados. Después marchaba de aquél paraje, y volvía al tuburio donde se encontraba mi otra vida: un chico joven de dieciocho años, moreno, de mirada penetrante y rostro serio; verme sonreír era casi un milagro, pues pocas veces en mi vida he encontrado razones lo suficientemente importantes como para dedicarme una sonrisa de oreja a oreja, en mi vida humana, por llamarlo de algún modo, todo es diferente; se han perdido todos los valores, no existe la felicidad, no existe el amor, nada es eterno porque creen con firmeza que cualquier cosa es efímera. No creen en nada, ni si quiera en ellos mismos, buscan dioses patéticos, como el dinero, el sexo, la fama. El ser humano se corrompe dia tras dia, cada paso que da, es un gran retroceso para la humanidad entera, pues los lobos creemos, que el ser humano será su propio cazador, su verdugo, se liquidará él mismo gracias a sus propios actos, y si no, tiempo al tiempo; yo estaré aquí para verlo y comprobaré que tenia razón.

Alargué la mano y acaricié con suavidad, la marca en la hierba de tu cuerpo, mi mente me llevó entonces a recordar tu figura, escandalosamente sensual y bien definida, si fuese uno de esos pervertidos callejeros, podria decir que lo tenías todo en su sitio y no te faltaba de nada. Pero tu rostro, oh, bendita perdición la de mi mirada en la tuya, tus ojos azules cuáles zafiros brillantes en un atardecer naranja, un placer exquisito, significaban de nuevo otra prueba de que me hallaba en el Paraíso; y tus labios, de un apasionado rojo carmín, por los que mi alma, envuelta en tanta excitación ante semejante placer ocular, deseaba hacerlos suyos, robarte un beso se convirtió en una obsesión enfermiza.

Si quiero recordarte entera, sería pecado no hablar de tu cabello, cabellos de ángel, hilos de oro, con los que jugaba, igual que tu hacias con mi melena azabache.
Mientras permanezco somnoliento en nuestro suelo, pienso que, cada toque tuyo, es sumamente diferente a cualquier ápiz que desprendo de mi...¿Persona? No seria correcto llamarlo así, aunque sepa que contigo tal vez deba ser más humano y menos lobo. Somos seres opuestos, y siento un gran vínculo que me une a ti. Cómo el lazo entre la Luna y su Lobo.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Lluvia de lobos II

Sin más dilación, avancé apresuradamente entre las multitudes de gente que obstaculizaban mi paso. Vivia en la ciudad, sitio que aborrezco y odio con profunda insisténcia, en ella solo encuentro mierda, mierda y más mierda; me aprisiona innecesariamente, ata mis deseos y es una cadena para mi libertad, cosa que detesto. En nuestro bosque siempre te hablaba de que algun dia me largaria de aquél tuburio gris y apestoso y construiria una modesta cabaña, supongo que no hace falta que diga donde, pues recuerdo que más de una vez, te dije que seria contigo. La idea me fascinaba y creo recordar que a ti también. "Echa mano a la imaginación durante unos instantes" te dije. "Estariamos tu y yo juntos, ¿Qué más necesitamos?, si ambos somos como uno solo". Me harté de repetirte esas palabras, ardía en deseos de permanecer inmóvil a tu lado, lo siento como si lo estuviese viviendo de nuevo; la vuelta a la ciudad después de verte, era dolorosa, nunca dejaba de mirar hacia atrás, inútil ante mis ojos era ver como desaparecias, como te volvías un mero espejismo mientras mis pasos avanzaban.

Muchas veces, corría, muy rápido, dejando alguna lágrima en mi camino, pues dios sabe cuándo te volveria a ver, cuándo conseguiria un salvoconducto directo al Paraíso, ya que nuestros encuentros, eran siempre esporádicos. Yo iba al bosque, porque ése era mi verdadero hogar, lo que no sé, es porque ibas tu. Decías que te gustaba aquél lugar, que te transmitia una paz y una serenidad que conseguían alejarte del mundo real, aunque todavía sigo pensando que me esperabas a mí, que desde mi primer encuentro contigo, volvías ciertas tardes al mismo sitio, atenta por si aparecia de nuevo, tu lobo salvaje y negro, aquél que al marchar dejaba intactas sus huellas, sus huellas en tu corazón.

Tomé el tren, como era costumbre, abarrotado de individuos extraños y ajenos a mi, yo no era alguien que solía tratar con las personas, no me relacionaba demasiado. ¿Motivos? Me hace grácia cuándo me preguntan eso, muy complejo de explicar para cualquier ente de ciudad, para esas cucarachas descerebradas, tan fáciles de engañar, tan fáciles de manipular... No estan a mi nivel, para nada. Sonreía cada vez que pensaba eso, aquellos pensamientos me hacían sentir extremadamente superior y muchísimo más inteligente que aquella chusma de imbéciles. No podía evitarlo, porque sabía que tenía razón.

El tren se detuvo por fin en mi destino, era el último pasajero que quedaba, y por eso, no me corté ni un pelo en salir corriendo a toda prisa para ir a buscarte. De nuevo, los árboles me saludaban, las gotas de lluvia que se deslizaban por mi rostro me dieron la bienvenida al Paraíso, otra vez, como una de tantas veces que había entrado allí.
En un momento determinado me detuve bruscamente y miré hacia el suelo; mi rastro, seguía reconocible. Las marcas que dejaba al paso, el fósil de nuestro amor. Las olí, el aroma era el de la hierba fresca con un sutil toque de tu piel, supe reconocerlo enseguida y lo rastreé hasta que mi agudo olfato me llevó a aquel paraje conocido, nuestro nido, seguía como desde entonces: me aproximé y contemplé con profunda nostálgia las marcas de nuestros cuerpos en la hierba, inmortales ante el paso del tiempo. Justo en ése preciso instante, gotas de agua resbalaron por mis mejillas; al sentir su sabor salado y una calidez en mi cuerpo, supe de inmediato que no era el roce de aquella fina pero perseverante lluvia, sinó aquello que llaman tristeza.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Lluvia de Lobos

Aún estaba en la ducha. Me relajé tanto con el agua caliente que sin pensarlo, me apoyé en la pared, cerré los ojos y suspiré, profundamente, tres veces. Las gotas de agua que caían sobre mi cabeza, me recordaron inevitablemente a esos días, esas tardes, en aquél bosque que por desgracia o no, siempre llovía. La misma sensación, volvía a mi cuerpo: piel caliente y mojada, relajación, mente en blanco... Nunca pedí nada más, podría haber sido feliz toda la vida, te lo bien aseguro; mi vida era completa, y estoy seguro, que la tuya también. Yo te dí lo que nadie jamás te dio, yo te hacia sentir diferente, yo te dí un reloj para poder detener el tiempo, pero aquello a lo que más miedo teníamos, siguió creciendo, día tras día, o más bien, tarde tras tarde.

Nosotros, ajenos a el más bello sentimiento, nos atrevimos a seguir jugando, desprotegidos ante el peligro; prometimos no enamorarnos, juramos mantener unas reglas y unas normas, en el más arriesgado de los juegos: el amor. Y sin embargo... Caímos. Caímos como tontos, ignorantes, estúpidos. Sabia que esto llegaría, que solo era cuestión de tiempo, los seres humanos somos demasiado vulnerables y débiles a una caricia, una mirada, un gesto, un detalle, un beso, un "Te quiero". Nadie puede escapar a el más poderoso de los hechizos, a la más cruel de las torturas, a la cárcel del corazón. Nadie está a salvo de sufrir esa condena.

Cerré el agua, agarré la toalla, me sequé bien, dejando el cabello algo húmedo. Mi pelo había crecido muchísimo desde la última vez que te vi, ahora gozaba de una pequeña melena oscura, aunque deseaba cortarla pronto, el pelo largo me incomoda y me recuerda demasiado a ti. A cuándo me acariciabas los cabellos, y yo me dormía plácidamente en aquél suelo, aquella hierba, el olor fresco del césped, la brisa tranquila del aire, me hacía sentir salvaje, libre, como un lobo.

Tu seguías acariciándome los cabellos, desde la raíz hasta la puntas, como si no quisieras dejarme marchar, quizás pensabas que si de repente dejabas de hacerlo, mi cuerpo se volvería humo, y desaparecería para siempre. No tendrías a ése lobo a tu lado, aquél tan puro de alma y de corazón, que cayó de lleno en el extraño vacío interior, en esa inquietud tan dolorosa y punzante, que lograba clavarse como mil dagas ardientes en mi ya tocado corazón. Producto era yo de tus encantos, dominado era mi ser en toda su totalidad, fui tu títere, marioneta, olvidé el juicio, la razón, me proclamé tu esclavo, tu servidor.

Me vestí rápidamente, ni si quiera me molesté en peinarme, ni acabar de secarme los cabellos, hoy, era de nuevo, una tarde de lluvia, una lluvia de lobos.